Uno de los temores más grandes que podemos experimentar cuando llegamos a la edad adulta es cuando nos miramos en el espejo y vemos que nuestro rostro está marcando con millones de sonrisas, cientos de lágrimas, miles de angustias, sufrimientos, alegrías, ilusiones, triunfos y derrotas.
Que nuestro cabello tiene unos brillos de luz natural que hacen juego con esas líneas de expresión donde el tiempo nos recuerda día a día que los años han pasado, así como nuestras experiencias y la vida misma.
Que nuestro cuerpo ya no tiene la misma agilidad y vitalidad de antes.
Que ya pensamos con cabeza fría para tomar cualquier decisión.
Donde descubrimos que fue en vano el tiempo que invertimos tratando de agradar a las personas, porque nunca estuvieron contentas con lo que hicimos por ellos.
Donde nos damos cuenta que la cantidad de horas que invertimos trabajando para obtener una estabilidad económica, valian más que el mismo dinero que ganamos.
Al mirarnos al espejo nos damos cuenta que nuestros hijos por los que tanto luchamos para darles lo mejor ya no tienen tiempo ni de llamar para preguntar si aún estamos vivos o no.
Donde extrañamos esa juventud y deseamos hacer tantas cosas que no hicimos.
Pero el espejo nos recuerda que ya es tarde, que el tiempo ha pasado y que en cualquier momento nuestra última hoja del libro se termina.
El espejo no nos miente, pero nos damos cuenta que los que nos mentimos toda la vida fuimos nosotros mismos.
Que nuestro cabello tiene unos brillos de luz natural que hacen juego con esas líneas de expresión donde el tiempo nos recuerda día a día que los años han pasado, así como nuestras experiencias y la vida misma.
Que nuestro cuerpo ya no tiene la misma agilidad y vitalidad de antes.
Que ya pensamos con cabeza fría para tomar cualquier decisión.
Donde descubrimos que fue en vano el tiempo que invertimos tratando de agradar a las personas, porque nunca estuvieron contentas con lo que hicimos por ellos.
Donde nos damos cuenta que la cantidad de horas que invertimos trabajando para obtener una estabilidad económica, valian más que el mismo dinero que ganamos.
Al mirarnos al espejo nos damos cuenta que nuestros hijos por los que tanto luchamos para darles lo mejor ya no tienen tiempo ni de llamar para preguntar si aún estamos vivos o no.
Donde extrañamos esa juventud y deseamos hacer tantas cosas que no hicimos.
Pero el espejo nos recuerda que ya es tarde, que el tiempo ha pasado y que en cualquier momento nuestra última hoja del libro se termina.
El espejo no nos miente, pero nos damos cuenta que los que nos mentimos toda la vida fuimos nosotros mismos.
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